viernes, 31 de octubre de 2008


Barbara Jacobs

Cuauhtémoc Gutiérrez García

 Visitando algunos textos dispersos de Bárbara Jacobs (México, D.F. 1947), releí su libro Escrito en el tiempo, que es una colección de cincuenta y tres cartas dirigidas al director de la revista Time sobre temas tratados en el mismo número de publicaciones; todas con un denominador común: inician con una pregunta, y de esta parte todas las reflexiones de la escritora sobre el tema leído en la revista. ¿Por qué estas cartas con una pregunta general atrapan al lector en el tema y el autor es capaz de conducirlo hasta que concluye con sus reflexiones?  ¿Es el género, es la técnica, es el oficio, o en cambio lo es todo?

 Cuando me propuse por primera vez escribir esta columna, aclaro, ha pasado mucho tiempo desde que lo hacía para la radio, y más aún cuando lo hice para un suplemento cultural; pensé que la crónica era el género idóneo; porque podría, según mi opinión inicial, visitar temas sin ser un especialista en la materia y encontrarles fundamentalmente algunas correlaciones con temas culturales o de interés general; hasta ese momento me parecía una cuestión sensata; el problema fue, por decirlo así, el principio. Aquellas notas que había acumulado, nos las podía transportar al papel; datos sueltos, imprecisiones gramaticales, párrafos deshilvanados, todo ello en realidad no eran nada. Nada en absoluto. Pero no podía desistir, algo debe de salir, pensé por largos días −en realidad lo sigo pensando−, qué tan tozudo puedo ser y hacerlo tangible, o mejor dicho, algo que se pueda leer, porque sabido es mis recursos literarios son limitados. La tradición me indicaba, como decíamos en aquellos años, que publicar era una tarea fundamental para la formación de los cuadros, sí así era el término, y para intensificar la discusión de las ideas. ¿Qué pasó? Nos cansamos de publicar, o de exponer nuestra nuestro ideario y toda nuestra carga intelectual. Creo que ninguna de las dos cosas; simplemente hubo pocos que lo hicieron sistemáticamente, ese era otro de nuestros términos utilitarios frecuentes, y no precisamente exponían sus idearios, ni analizaban, ni promovían el libre flujo de ideas, ni… bueno en fin, el escribir es una ardua tarea y se vuelve más complicada cuando no tienes ni el oficio, ni la intención, ni necesidad de expresarte, porque al final del día te conformas con ser un lector contumaz, medianamente enterado del mundillo literario.

martes, 7 de octubre de 2008

Buscando a Platón Volkow

Zinaida Bronstein nació el 27 de marzo de 1901 en la zona montañosa del lago Baikal en Siberia, y se suicidó el 5 de enero de 1933 en Berlín. Sobre Zina o Zinushka, escribió Víctor Serge que “se parecía rasgo por rasgo a su padre, con una viva inteligencia y una gran firmeza del alma”; también Isaac Deutscher coincide con la anterior descripción, y además subraya que “tenía la mismas facciones angulosas y la misma tez morena, los mismos ojos expresivos, la misma sonrisa, la misma ironía sardónica, las mismas emociones profundas y también algo de su mente indomable y de su elocuencia. Parecía haber heredado sus pasiones políticas, su militancia y su hambre de actividad”. Zina fue una militante febril; al igual que sus padres sufrió cárcel, deportación y persecución política; seguramente esas circunstancias le agotaron física y emocionalmente. El exilio es una tragedia personal, pero sumado al exterminio físico sistemático de las personas, es para todos nosotros una tragedia colectiva. La de Zina fue una de tantas familias de origen ucraniano que sufrieron de la persecución y la muerte; de su entorno su hermana Nina, sus medios hermanos Lev y Sergei fueron perseguidos y asesinados; la tragedia de esta familia nos alcanzó de alguna manera y tiene que ver también con México, porque el hijo de Zina, Sieva o Esteban como se le conoce, se naturalizó como ciudadano mexicano y aquí formó su familia con una trasterrada española; de ese matrimonio procrearon cuatro hijas: Verónica, poeta; Nora, psiquiatra, Natalia, economista y Patricia, médica.


Existen muchísimas historias de exiliados que forman parte de la nuestra y que debemos revisarlas y darles su justa dimensión aquí en México; a excepción del exilio español que se caracterizó por se uno de los más organizados, nos hace falta revisar los otros, la de las otras nacionalidades que si bien, en cantidad no fueron como el citado, esos otros ciudadanos también han contribuido al desarrollo de la ciencia, la cultura y el arte del país. También hay historias que deberían de contarse, entre la intimidad de la tragedia y el espacio recreado en su adopción de estas tierras, como diría Rodolfo Usigli, salvando las distancias y la complejidad de los personajes, son parte de nuestro imaginario, y son propiamente mexicanos; y es en ese sentido, que no estaría de más, retomando nuevamente lo dicho por Usigli, a través de la poesía como único instrumento para poner en su punto la existencia de estos personajes. Creemos que Zina nunca pensó que México sería el destino final del hijo que procreó con Platón Volcow; sigue persistiendo la idea de reinventarle su historia, porque tenemos un referente la producción poética de Verónica Volcow, además de diversos ensayos literarios.

 

Vale la pena  traer a cuenta una fragmento de la carta que escribiera el 27 de marzo de 1959, Jeanne Martin: “Usted sabe, Zina en definitiva se había olvidado un poco de Platón. Hacía tanto tiempo que se habían separado que verdaderamente no se le podría realmente reprochar  nada. Se estaba curando de su tuberculosis. No quería en absoluto regresar a Rusia, muy por el contrario. Era L.D. el que quería que ella pensara en regresar, pues había comenzado a comportarse de una manera muy razonable desde varios puntos de vista. Temía sobre todo verse algún día obligada a regresar a Rusia. Tuvo realmente accesos de delirio y fue internada para que la trataran en una clínica, pero jamás llegó a perder su espíritu y todo eso”. Platón Ivanovich Platón había sido deportado en 1928 y más tarde fusilado.

 En una carta abierta que dirigió el padre de Zinaida Volkova, escrita el 11 de enero de 1933,  en dónde hace mención, entre otras cosas de que tanto él como su esposa, y sus hijos fueron privados de la ciudadanía soviética, ese hecho “fue un miserable y estúpido acto de venganza en mi contra. Para ella, este acto de venganza significaba romper con su hijita, su esposo, su trabajo y todo lo que constituía su vida normal”,  continúa “aun así la persecución de mi hija no tuvo ni un asomo de sentido político. La pérdida de la ciudadanía soviética y, con ello, la única esperanza de volver a un ambiente normal y recuperarse… no constituye más que un acto de venganza miserable y entupido”.  Firma la carta, quien no tardarían ser aniquilado más tarde en Coyoacán, México: León Trotsky.