domingo, 30 de agosto de 2009

Francisco Tario

Pregunté al librero, poeta y bibliófilo Uriel Martínez, si tenía en su catálogo algún libro de Francisco Tario (1911-1977); en ese momento mencionó que sólo contaba con una antología de cuentos mexicanos y en ella aparecía uno del autor; decliné la oferta; pero este me informó que en breve viajaría a la ciudad de México y visitaría las librerías de viejo para buscarme algún título de Tario, porque tenía en su biblioteca la primera edición de Equinoccio, publicado en 1946, y de esa forma lo consiguió. Haciendo gala de sus dotes de librero, un arte escaso en estos tiempos y dominado por pocos, ubicado entre el vasto conocimiento y curiosidad literaria, además conjugado con galantería y finura mercantil. Ya instalados en el tema y acompañados de sendas tazas de café de calcetín, citó un artículo aparecido en el suplemento cultural Confabulario, escrito por Alejandro Toledo, precisamente sobre Efrén Hernández (1904-1958) en el que construye líneas imaginarias que una vez trazadas tocan las obras del escritor uruguayo Felisberto Hernández (1902-1964) además de Francisco Tario. Preceptos comunes en la obra de estos dos últimos: fantástico, extraño e insólito, además de narrativas marginales y discordantes; pero también, particularmente en el caso de Tario, poco estudiado y menos aún leído; afortunadamente en la actualidad, me dijo Uriel Martínez, se puede encontrar una edición de Lectorum de dos volúmenes donde se reúnen sus cuentos; al menos escuchar eso ya era una ventaja, sobre todo porque la publicación de sus obras fueron de tirajes y distribución limitada.

Encontré dispersos tres cuentos de Tario, “Entre tus dedos helados”, “La noche del féretro” y “Ragú de ternera”; oníricos, sobrecogedores, de personajes ubicuos, resbaladizos, delirantes y fatalistas, cercanos a la demencia. Insisto por aquí y por allá rebuscando, tratando de localizar algo más de este autor y en realidad encuentro poco; algunos datos dispersos de su biografía y precoz calvicie. Portero, informan, durante algunos años del equipo Asturias, empresario cinematográfico en Acapulco; viajero que trasladó a España su punto de partida para varios periplos a otros países europeos. Veo dos fotografías del autor sin identificar la fecha y el lugar donde fueron tomadas, guardan aún los atributos del que practicó con disciplina el deporte; el mismo Alejandro Toledo cita que una magnífica fotografía en sus tiempos de portero, se utilizó como publicidad para los cigarros Elegantes, sí, de esos que fumaba El Tapado, según la versión del monero Abel Quezada. Pero yo continuaba sin conseguir más textos ni los dos tomos volúmenes de Lectorum; Tario permanecía en mi mente como un narrador prácticamente desconocido; un autor marginal, y un gran ausente; porque su obra aún sigue fuera del contexto de las letras mexicanas, y hasta donde entiendo, continúa causando la impresión de marginalidad, por el hecho de que su obra no pertenece a una corriente o grupo literario, más bien por ser divergente respecto a la demás producción literaria contemporánea del autor.

Recibí noticias de Uriel, localizó Equinoccio; veo que en la edición sólo aparece el año de la publicación, y sin pie de imprenta. Voy de sorpresa en sorpresa, la primera es que no es un libro de relatos, sino de aforismos, pero con igual entusiasmo lo leo y lo encuentro sorprendente, sobre todo por la agudeza y el constante reto que implica cada una de las metáforas, además del uso intenso y preciso del lenguaje; es un libro sustancial y sintético, además noto como causa y no como efecto, producir desequilibrios; no es una lectura tersa, porque es un ejercicio y un constante reflexionar sobre personas y situaciones cotidianas. Francisco Tario seduce y nos hace perseguir fantasmas, objetos, animales, a hombres y mujeres desequilibrados. En este libro retoma obsesiones presentes en su demás obra; además de la recurrencia de temas que le despiertan constante inquietud, o el silencio que produce contemplar seres inertes, y el efecto que la muerte produce en ellos:

“Siempre es preferible atrincherarse que disolverse. La Sociedad se nutre de cadáveres descompuestos. Y el hombre es una bestia famélica, envidiosa e insaciable.”

Francisco Tario sigue siendo, como decía yo al principio, un magnífico desconocido.